Ya como costumbre las salidas son inesperada. Matías Jardim, guía de pesca y amigo, me invita para una travesía en canobotes a la cual obviamente le dije “Vamos”. ¿Cuando? Mañana…
Sin mucha preparación ni información aprontamos el mate y salimos al punto de encuentro a las 4 de la mañana. Alli conocí a los otros dos que iban con Matías y conmigo (Juancho y Miguel). Cargamos todo y comenzó el viaje. No podía evitar las conversaciones de Juancho y Miguel, me iba dando cuenta de la experiencia de travesías en ríos y arroyos de mi zona. Charla va y charla viene ya estábamos en el lugar.
Día frío y gris. Mientras que Miguel llevaba el vehículo a un pueblo cercano, los demás organizábamos los canobotes. Hora después llega y en un pestañar ya iban cortando agua. Lugar impenetrable, el monte levanto paredes en el agua para cuidar lo que habría aguas abajo. Tan denso que en el segundo bloqueo del agua hubo que despejar con motosierra. La curva adelante se angosta y empezaban los primeros rápidos, no se podía especular, había que pensar rápido para evitar darnos vuelta. La adrenalina estaba por las nubes hasta llegar a la primera laguna.
Laguna que no encajaba pensando en los lugares que veníamos remando y luchando, pero estábamos ahí y había que pescar. Comenzamos a probar el lugar con señuelos de distintas profundidades haciendo lances debajo de las tapas contra las barrancas. Un tiro tras otro hasta que un toque particular, con una clavada tímida, dio una tensión distinta a la línea. No entendía que había pescado, el ataque fué distinto como si el señuelo sacara de una rama y se enredará en otra. Al recoger era como si trajera una rama en el señuelo.
Pero…. no era una rama, era la primer tornasol de la salida. Las encontramos, dijo Matías. Tiró y Matías logra pescar otra de mejor tamaño. Tiro a tiro a la deriva llegamos al final de la primer laguna que nos despedía con nuevos rápidos. Para ser breve, fue como al comienzo de esta historia: rápidos, laguna, pesca y así en cada momento. Ya casi al finalizar la tarde no encontrábamos costa para armar campamento, de un lado estaba el denso monte y del otro barrancas altas. Al dejar de pescar y solo remar para buscar lugar, hicimos una curva donde una gran sombra me hizo mirar dos veces. En una barranca limpia un carpincho caminaba alejándose como mostrando el lugar que usaríamos para pasar la noche.
Típica preparación de campamento: carpas, fuego y mates. Mientras se preparaba una comida de olla se escuchaban las historias de Miguel y Juancho, dos amigos de años con una experiencia vivida entre ambos de envidiar e hicieron que el final del día fuera yendo lentamente. Historias, risas y un guiso carrero dieron pase al descanso.
Día dos y final
No dejamos que el sol tuviera fuerzas que ya con Matías estábamos cargando nuevamente. No llegamos a remar mucho que ya estábamos mojando señuelos metros antes de un rápido dónde hace un remanso. Tiro bajo un Sarandí, pienso en que había enganchado en una rama, y Matías me dice: “Pescado Gustavo”. Otro tiro al mismo lugar y “bomm”. Nada que ver al día anterior. Clavada y salió cortando agua. Lo primero que pensé que era un doradillo por el frenesí de la pelea pero otra tornasol para arrancar el día.
Nuevamente se repite la historia: rápidos, lagunas, pesca una y otra vez acompañados de paisajes únicos, ese aroma a monte me hace poner la piel de gallina. Finalizando la aventura llegamos a los últimos km del trayecto dónde ese arroyo desemboca en un río de nuestro departamento: Salto, Uruguay. En ese espejo de agua, muy amplio, se hacía más ancho y profundo, dónde ya hay más acceso del hombre y no nos dio pesca, pero si postales inolvidables.
Final recorrido, una página más de mi libro de aventuras, está vez con nuevas personas y lugares, un gracias enorme a Matías, Juancho y Miguel. Y que la vida me siga pegando de esta manera, para la cual estoy preparado
Gentileza de Cazadores de Taras