20/07/18 Cuando comen los tigres de río

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El silencio era tenso y el clima fresco, a lo lejos se sentía el retumbar de la selva costera, el revoloteo de algún ave, algún ruido de ramas, un aislado cantar del paca y una suave brisa barría lentamente la capa superficial de fina arena, ayudando al río en su ancestral tarea de empujar esas grandes masas aguas abajo…

El río estaba bajo, bastante bajo, este año no hubo ninguna gran creciente y el invierno se estaba haciendo sentir como hace mucho no pasaba. El frío era arduo, los bañados se habían vaciado o estaban desolados por las bajas temperaturas, y el ciclo del río seguía su naturaleza indomable. Estábamos en Reconquista, lugares bellos si los hay, ya habían pasado los grandes cardúmenes de sabalitos y mojarras, era el momento de los grandes sábalos que interminablemente, aun en grupos aislados, remontaban incansablemente hacia aguas más cálidas. La temperatura de esta era de 16 grados, suficiente para que la vida dentro de ella se mantenga activa.

Eran un grupo compacto, nadaban cansinamente aguas arriba buscando el recorrido que les llevase el menor esfuerzo, el viaje era largo pero estaban acostumbrados, era parte de su legado atávico, de su esencia, subir y subir, casi inconscientemente, al igual que las grandes migraciones de los herbívoros en la sabana africana, pero acá sucedía bajo el agua, constantemente imantados por el cálido norte. Esta vez el río estaba demasiado bajo, no había mucho lugar para camuflarse o esconderse, había que subir y llegar a los grandes bancos de arena donde la topografía jugaba una mala pasada, el fondo se trasformaba en grandes embudos o grandes playadas canaleteadas donde el agua corría a mayor velocidad, el espacio era poco – demasiado poco – y había que sortear las dunas.

 

Nos empezamos a amontonar, los de atrás empujaban, el llamado del Norte fue más fuerte, y en un pequeño grupo de 8 a 10 tomamos coraje y decidimos subir el banco. Apurados, con la fría brisa acariciándonos las aletas dorsales expuestas a la superficie, cruzamos la primera cresta de arena. Luego envalentonados encaramos la segunda y la tercera, de golpe un destello obnubilo la visión, un brillo dorado surgió de las sombras a velocidad desconcertante, sin tiempo a nada – eran más de uno y nosotros semi-varados en la arena – escuchamos el golpe sordo, el estallido del agua, el frenesí depredador, las colas y aletas rojas explotando fuera del agua.. era un ruido sordo, solos cortado por el piar desesperado de unos gaviotines que sobrevolaban desesperados para poder hacerse fácilmente con un bocado de las sobras de la cruda de la naturaleza que sucedía en la superficie del gran banco de arena, ese que lo habían llamado casi hasta tragicómicamente “el hincha huevos”.

En segundos que parecieron una eternidad volvió la temporal calma, apareció el fondo más profundo pero éramos uno menos, uno de los nuestros pago el tributo al rey, inevitablemente debíamos sortear esos lugares, esos lugares donde comen los tigres. El destino, la pericia de un guía y amigo como Peche, hizo que podamos vivir esa experiencia, momento casi épico del Paraná si los hay y sueño de todo pescador, acomodamos los horarios laborales y viajamos con dos amigos, esos que conoces por el destino y la pesca te hermana.

Fue una pesca difícil de explicar, más que de explicar de describir con palabras sin que la emoción te gane, ver la estela que deja un dorado en el agua, lanzar el señuelo a un metro de su campo visual y ver como corta el agua hacia el engaño y sentir que toma, te “arranca la caña de la mano” es una cosa indescriptible. Ver las colas afuera del agua cuando literalmente devoraban sábalos enormes enceguecidos por la carnicería, le caías a centímetros y atacaban el señuelo queriéndoselo robar entre ellos en agua clara y a pocos metros, dando oportunidad a todos a tirar y concretar el ataque.

 

Las capturas fueron más de media centenar, una cosa increíble, el pronóstico del tiempo no era bueno, nos daba mucho viento el primer día y viento como agua para el segundo, pero como cuando uno está más allá de la cordura a la hora de pensar en ir a pescar, preparamos los equipos y así partimos junto a Sebastián Diez y Diego Klimowicz. Hicimos noche en Reconquista y temprano estábamos zarpando a la isla donde pernoctaríamos esa noche. En la charla, Peche nos comenta que la pesca estaba mudándose de la costa hacia los bancos, lo cual en mis oídos era como el canto de la sirena y allá fuimos.

Al rato de llegar vimos las primeras cacerías y empezamos a disfrutar de una de mis mejores pescas. El segundo día, que esperábamos la lluvia, ligamos unas horas de hermoso sol sin nada de viento donde pudimos ver el río en su máximo esplendor, ya que cualquier aleta dejaba un surco. El brillo de los dorados cazando entreverados con las negras aletas de los sábalos…. la explosión en el agua cuando tomaban un engaño… todo eso en solo dos jornadas de pesca de la atención de Peche.

No hay mucho que decir, más que excelente y siempre atento a ayudar, a cantar un tiro, a colaborar en lo que haga falta, en filmar y sacar fotos perfectas, y lo más importante de todo su lancha en las mejores condiciones para hacer este tipo de pesca, hasta aparecieron unas copas cuando sonó el corcho de un champagne para brindar por los momentos vividos en pleno río, en el mismo lugar, donde comen los tigres!

Gentileza de River Rats Cba | Nota publicada en la Edición Nº 61 #SENTILAPESCA de #Agosto

Sobre el Autor

Somos cinco amigos con ganas de compartir nuestras vivencias. Entendemos la pesca como un deporte donde la competencia es con uno mismo, tratando de superarnos día a día. No solo se trata de sacar más pescados, sino de buscar ese señuelos que engañe mejor al pez.

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