Relato de un mal día de pesca ..

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Son las 10 de la mañana de un día mas de Febrero, temprano tuvimos que suspender la excursión de pesca, por el paso de una tormenta. Las fotos satelitales muestran que la próxima maza nubosa está detrás de la cordillera, por lo que creemos que el pronostico que anuncia un día despejado debería cumplirse.
Todo está organizado, la tripulación dispuesta, demoramos algunos minutos más para asegurarnos que todo estuviera bien despejado y emprendimos el viaje, mar adentro, sin siquiera imaginar lo que vendría después y que marcaría nuestras vidas, con un verdadero “ Día Negro”.




Todo transcurría con normalidad, el grupo se había ensamblado bien, mucha charla, mates, poca pesca, y un calor terrible, que hacía realmente pesado todo el ambiente, y que motivaba alguna que otra referencia a la posibilidad de que se cumplieran las predicciones que anunciaban agua para la noche.
Pasadas algunas horas, y ante la pobreza del pique, resolvimos movernos un poco mas adentro, allá donde suponíamos estaban “ las grandes”.Y allá fuimos, mas adentro, quizá mas allá de lo que aconseja la prudencia, pero el mar se mostraba como” una laguna,”y no parecía riesgoso.
A poco de llegar aparecieron los primeros “toques”, la primera corvina, doblete de pescadillas, alguna caña que se dobla, señal inequívoca, de algo grande, buenas piezas, una tras otra.

Todo era alegría, cargadas por el tamaño, concurso por la cantidad, satisfacción plena en cada uno de los rostros de la tripulación, y una moderada satisfacción en nosotros, acaso porque rondaba en nuestras mentes la distancia que nos separaba de la costa, y eso inquieta, aún en un día tan apacible.
Y de repente, en el horizonte, como la cara misma del diablo, una maza casi sin formas, de color azulado intenso, por encima de la tierra.
Cobraba rápida uniformidad y se convertía en lo que parecía una pequeña tormenta, muy lejos de nosotros y de desplazamiento oeste al este.

Las miradas con Mary, marcaban, para ambos, una especial atención con “ aquello,”disimulando la preocupación y manteniendo la armonía en el grupo.
Mary encargada de las fotos, con “ los trofeos” de cada uno, y yo, con la vista clavada en el movimiento de la tormenta, intentando calcular la velocidad con que avanzaba.
Era rápida, demasiado, para intentar llegar hasta la costa, nos iba a alcanzar la lluvia , así que lo mejor era dejarla pasar por la costa y salir por detrás. No mostraba actividad eléctrica y la forma adquirida nos hacía suponer que algo la estaba empujando con mucha fuerza..Pero iba por la costa, era chica y estaba lejos, grave error. Hoy comprendo que solo soy pescador, no meteorólogo .

De repente, el mar cobra brillo debajo de la nube, ésta cambia de forma, se afina y, como si fuera la flecha misma del miedo nos apunta a nosotros.
Ya no hay forma de pensar, ya no hay sonrisas para regalar, ya no hay tiempo que perder, intento mantener la calma y trasladarla a mis marineros, pero sé que deberemos atravesarla, que hay demasiada distancia, y eso estremece.

Comenzamos el regreso, a toda velocidad, nuestro horizonte se pone oscuro, muy oscuro, ya no se ve la costa, y de repente comienza la lluvia. Gotas gruesas, la tripulación que se esconde debajo de las capas de agua, verificar la correcta colocación de los chalecos salvavidas, atar el cabo de ancla, ordenar y sujetar todas las cosas sueltas, esperando un viento que seguramente nos alcanzaría, la lluvia ya es torrencial, y Gabriel, el único que desafiaba las gotas a pura espalda, comienza a ponerse serio, creo que a esa altura todos sabíamos que algo feo iba a pasar, y el viento de a poco empezó a llegar, pero aún el mar te permitía algo de velocidad.
Adelante en proa, Luis junto a Mary no paraba de hablar, producto de los nervios, la lancha comienza a golpear un poco mas fuerte, el mar se encrespa . Con lo poco que dejaba ver la lluvia, veo el ordenamiento de la gente.
Luis y Mary adelante, un poco mas atrás sobre estribor, mariano y su amigo de trenque Lauquen, ya no estaban en sus sillas, los dos, sentados en el piso, tapados con sus capas, ni querían mirar para afuera.
Sobre la banda de babor de proa a popa, Ariel abrazaba tiernamente a Juaco, que ya mostraba cierto nerviosismo. Mas atrás Gabriel, que llevaba su mirada desde el panorama delante nuestro, hasta mis ojos, que intentaban mostrar una tranquilidad, que solo era aparente, porque por dentro sabia que lo peor, aún no había llegado.

Y finalmente y casi a mi lado, Alberto, inclinada su cabeza sobre sus piernas, parecía ajeno a lo que estaba sucediendo, luego supe que la lluvia y el agua del mar mojaron sus anteojos, por lo que mirar para afuera y nada, era lo mismo. Me causó gracia a pesar del dramatismo.
Así avanzamos unos cuantos metros mas, con lluvia torrencial y un viento interesante, pero aún en control de la situación.

De repente, un cuadro difícil de describir, porque casi no hay palabras, o por lo menos yo no las encuentro para explicar la sensación que recorre el cuerpo.
De golpe cesa por completo la lluvia y el viento, tan de repente que estremece.
Era como estar en un agujero, casi diría que con cierta luminosidad, comparado con las paredes de los cuatro costados negras, poderosas, ansiosas de desatar algo que para nosotros sería muy malo.

Un silencio fantasmal de viento y agua, el ruido del motor retumbaba, alguien exclamó, Estamos en el núcleo, Yo sabía que sí. Gabriel levanta su cabeza, me mira fijo, su rostro había cambiado, casi con resignación susurra, No nos va a dejar llegar verdad?. Y esas palabras, me atravesaron como un puñal, porque son casi las mismas que George Clooney dijo en La tormenta Perfecta, cuando sabía como pescador que había perdido la batalla con el mar.
Vuelvo a mirar a mi tripulación, son mi responsabilidad, pensé, debo sacarlos como sea, porque si alguien se equivocó en esta situación, ese soy yo.
Evalúo volver para escapar de la cola de la tormenta, pero ya era tarde, era inevitable que el viento nos golpearía, solo había que esperar cuan fuerte sería.
Nadie hablaba, nadie festejó la calma, porque creo que en el fondo todos sabían que allí adelante estaba el monstruo decidido a vengar el atrevimiento de haberlo desafiado.
El mar era tan calmo y brillante, el marco tan sobrecogedor, que casi podía disfrutarse.

De repente casi como una danza macabra, el ruido del viento comenzó a girar en derredor nuestro.
Mire hacia el cielo y pensé: Dios ayúdame a sacar a esta gente de aquí. Pero entendí que éramos demasiado chiquitos en la inmensidad del mar, para que Dios pudiera vernos.
Miraba esa masa oscura a la que nos dirigíamos, cuando una explosión de viento nos alcanzó, tan violenta fue, que a mi me costaba respirar, me aferré al volante, pero me desplazaba los pies.

La lluvia que se desató golpea tan fuerte, por el viento, que duele el rostro, se desgarra la campera de agua, se vuela la gorra que con su vicera ayudaba, y es casi imposible ver hacia delante.
Y de lo negro, llegó la primera ola, inmensa, la trepamos, veo las siluetas de Mary y Luis, que con sus chalecos contrastaban la negrura del cielo, viene muy rápido, caemos detrás de ella, el golpe hace vibrar toda la embarcación, otra mas y la va a partir, pienso.
El viento era tan intenso, que por sobre la ola despide un Spray blanco que hace dantesca la visión.
Viene otra ola , mas grande aún, y desde aquí todo se vuelve irreal, es tan rápido el cerebro humano que pareciera que todo sucedió en cámara lenta, la negrura del mar solo se diferencia de la negrura del cielo por esa línea blanca de agua y espuma, que se veía como un techo.

La vamos trepando, tal vez la fuerza de la ola o la fuerza del viento ralentiza el avance, al llegar a la cresta, siento que estamos suspendidos un momento , el viento nos levanta la proa y la suelta por estribor, siento la embarcación escorada, otra ola de costado nos deja muchos litros de agua dentro, no puedo activar la bomba de achique, acelero y corrijo el rumbo, el motor responde, no dejo de pensar en un compañero que no hace muchos días, en una tormenta, su lancha zozobró y salvaron sus vidas porque estaban muy cerca de la costa. Nosotros estamos muy lejos, pensé.
La siguiente ola no es mas que la continuidad de la furia misma de la naturaleza. Esta vez el viento levanta la proa y lanza la lancha por babor, nos deslizamos de costado, me resbalo. Tan escorados estamos que apoyo mis pies sobre la misma borda para llegar hasta el volante, otra vez agua adentro, se siente cálida y contrasta con la de lluvia que es helada. Ya siento que el gobierno está perdido, hago el último esfuerzo, se que Mary adelante, está rezando, y creo que Dios la escuchó, porque suavemente nos enderezamos, como si una mano gigante nos diera otra oportunidad, la acelero a fondo, la proa responde y otra vez enfrentamos el viento, pero las olas se levantan de todos lados, comprendo que el viento no empuja el agua, algo la succiona hacia arriba, me sobrepasa la situación y apelo al último recurso.
El ancla debe ayudarme con la proa, grito pero nadie escucha, ¡el ancla!, ¡ EL ANCLA ¡!grito mas fuerte. Alberto y Gabriel transmiten la orden, Juaco llora, me entero después , y le implora a Mary que por favor lo saque de allí. La alcanzo a ver, me mira sin entender, pero sabe como buen marinero, que no es tiempo de cuestionar, arroja el ancla y al instante la proa se hace firme, puedo sentirla, debo ayudar con el motor porque se que el viento va a cortar el cabo. El ruido es infernal, la visión el infierno mismo.
No se cuanto tiempo pasó, nadie de los que estábamos allí lo saben, pareció eterno.

Tan rápido como llegó, la furia se fue, la lluvia se atenúa, se comienza a ver la costa, miro el piso y el agua llega a media pierna, activo la bomba y buscamos la costa, el frío hace incontrolable el cuerpo.
Al llegar , otros compañeros que esperaban, suponiendo lo peor, nos abrazan, algunos con lagrimas, el aplauso de la tripulación agradeciendo estar vivos , el calor de la tierra se siente bajo los pies, pero estoy enojado, esto no debió suceder, Porque esta vez Dios nos dio otra oportunidad, no estaba tan lejos como pensé, ni éramos tan chiquitos e insignificantes para el, como supuse.
Creo que a pesar de los años de experiencia, nunca se deja de aprender, y deberé abandonar definitivamente la soberbia de creer que se puede subestimar la fuerza de la madre naturaleza.

Fue una lección muy dura, para todos, pero para mi en especial., por la responsabilidad de las vidas que llevaba, porque lo que debió ser una jornada placentera, casi se convierte en una tragedia.
Por darle a los demás un rato mas de alegría y buena pesca, casi les quito todo.
Es una lección y debo aprenderla.


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